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Mi infancia otaku

JAGUAR |

Infancia Otaku

Los 90 fueron una época maravillosa para la cultura otaku en México. Después de aquellos que crecieron en los 80 (que por su estatus de ‘pioneros’ tuvieron mucho más problemas en cuanto a reunirse y generar espacios donde compartir sus gustos y expresarse), los 90 fueron los años propicios para que en México sucediera el boom del anime, y fueron los años en los que viví mi infancia.

Recuerdo que los fines de semana me despertaba temprano para ir corriendo a la sala y prender el televisor en el que sintonizaba la señal que transmitía mi ‘caricatura’ favorita, que aquí se llamó “Los Caballeros del Zodiaco”. Recuerdo haber pasado horas frente al espejo imitando el movimiento que hacía Seiya con sus manos, tratando en vano de que se manifestara mi cosmos y llevar a cabo la técnica del “Meteoro de Pegaso”, también recuerdo balancear los brazos como un cisne, juntar las palmas y aporrear el aire gritando “Ejecución de Aurora”… Y ni hablar de todas las veces que intente invertir el flujo del agua que caía de la regadera al grito de “Dragón Naciente”. A mi primo le compraron las figuras de Bandai y (aparte de que lo envidiaba profundamente) nunca las prestó para jugar.

Mi primer amor fue Ami Mizuno AKA Sailor Mercury. Fantaseaba con pilotar un robot gigante como Koji Kabuto a Mazinger. Me quedé picado con “Las Aventuras de Fly” que nunca terminaron. El opening de “Las Guerreras Mágicas” aún suena en mi cabeza y a veces me encuentro tarareándolo casi sin darme cuenta.

Sin saberlo iba forjando mi infancia a base de una cultura que estaba al otro lado del mundo y que se expresaba a través de su animación.

Después llegó la que sin duda es la serie animada más importante de mi infancia (y la de muchos): Dragon Ball. Mis contemporáneos sabrán de lo que hablo: literalmente crecimos junto a Gokú. Nosotros fuimos testigos de cómo nació la leyenda (no como ahora que sólo repiten Dragon Ball Z, como si a Gokú lo hubiéramos conocido de siempre como un adulto), nosotros fuimos testigos del impresionante Kame Hame Ha del maestro Roshi y la cruda saga de “La Patrulla Roja”. Y junto al gran éxito que representó esa franquicia, llegó la parafernalia que le acompañaría para siempre: álbumes de estampas, stickers, figuras coleccionables, libros de arte, guías de personaje, etc. Recuerdo que fue gracias a Dragon Ball que nació en mí la inquietud de dibujar, primero calcando las imágenes de los álbumes, después intentando escalar las imágenes que aparecían en las estampas. Recuerdo las épicas batallas con los primos en los que cada uno jugaba el rol de su personaje favorito de la serie, y teníamos la regla de que no se valía usar poderes de ki porque el que los recibía siempre los “desviaba”, así que eran batallas crueles a golpe limpio, donde la fuerza bruta siempre terminaba por inclinar la balanza.

Tiempo después, cuando crecí y me dediqué a investigar las caricaturas que me gustaban en mi infancia aprendí que se denominaban “anime” o “animé”, descubrí que “Los Caballeros del Zodiaco” se llamaba Saint Seiya, “Las Aventuras de Fly” era Dragon Quest, “Las Guerreras Mágicas” Magic Knight Rayearth

Seguí conociendo la cultura japonesa a través del anime y nunca olvidé los momentos más felices de mi infancia siempre acompañados por alguno de estos personajes que para siempre estarán en un rincón muy especial de mi corazón, acompañando a mi niño interior, y dándole inspiración al adulto que soy a través de los valores que cada uno de ellos promovía: amistad, perseverancia, valentía, equidad, solidaridad, respeto y amor.

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