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Stephen King, bajo la cúpula / NEET

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ISMAEL MARTÍNEZ |

No tengo el número exacto. Será, en todo caso una cifra muy alta. No exagero cuando imagino que debe rondar la centena. Puede que Stephen King sea el autor contemporáneo de literatura más trasladado a otros formatos, entre cine, televisión e historieta.

CBS —con ayuda de Microsoft; el descarado y reiterativo product placement y una nota en los créditos finales lo dejan muy claro— adaptó (se inspiró en), recientemente, en 13 episodios para televisión (hasta ahora), la novela Under the dome (La Cúpula), de King. El resultado ha sido, con sus bemoles obligados, por decir lo menos, interesante. Bueno, al inicio.

Quiero comenzar mi reflexión al respecto recomendando una brevísima lectura adyacente, un artículo publicado por Santiago Roncagliolo el pasado domingo 22 de septiembre en el diario español El país. En éste, el escritor y periodista multidisciplinario, lanza una provocación, una bomba, que estalla en las narices de la camarilla de críticos consagrados, sobre la naturaleza de la literatura “popular”, esa que no puede ser fina, ni trascendente —parecen insinuar ellos—, porque se comercializa con mucho éxito, lo hace en serie y vende millones.

Para Roncagliolo, Stephen King merece el Nobel. Basado en su pericia narrativa (quien haya leído un poco de El Resplandor, It, Misery, Un saco de huesos, lo sabe muy bien), pero especialmente en la trascendencia de su pluma en la forma de mostrar uno de los móviles totales de Estados Unidos: el miedo. El temor al desorden, a la catástrofe. En EE.UU., nos dice el peruano, todos los caminos llevan a la muerte. King, entonces, es quien mejor ha representado ese sentimiento en una exitosa carrera que alcanza ya las cuatro décadas en activo.

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Chester’s Mill

Un hombre entierra un cuerpo en la mitad del bosque. Su semblante se mira incómodo. Una vez más el plan no ha ido como debiera. Regresa al auto, guarda una pala. Ya limpiará la sangre en el maletero cuando haya abandonado ese lugar que lo ha obligado al homicidio. Dale “Barbie” Barbara se toca el mentón inflamado, lo único en que piensa es en salir de Chester’s Mill lo más rápido posible. Sube al auto, arranca la máquina. Avanza con velocidad y cautela, preocupado por no romper ley alguna de tránsito. Lo menos que necesita es usar de nuevo el arma en su guantera.

El follaje de los árboles se agita, las aves emprenden el vuelo y se alejan. Barbie mira hacia arriba, una avioneta surca el cielo despejado. ¿Por qué estarán los animales tan inquietos? ¿Se avecina, acaso, una tormenta? De pronto se escucha algo. Un sonido, mejor dicho: un ruido. Contundente, apagado. Como si algo muy pesado hubiera golpeado contra el suelo. Barbie detiene la marcha. Una vaca ha sido cortada por la mitad en medio del camino. Algo lo ha hecho. El hombre baja del auto y se dirige a la zona del accidente, observa una mancha de sangre suspendida en el aire, como embarrada en un cristal enorme. Ha caído algo, una gigantesca cúpula invisible que parece cubrir al pueblo entero. No hay escapatoria.

En Under the Dome, King regresa a uno de sus grandes temas, al ostracismo, el encierro. Con uno mismo y con los demás: estar atrapado física (El resplandor, Misery, La niebla) o moralmente (La Milla Verde, Carrie, Cementerio de animales). Y el pavor que esto causa. ¿Qué pasará con los habitantes de Chester’s Mill cuando escaseen los alimentos, el agua; cuando nadie pueda comunicarse a la distancia; cuando los medicamentos se terminen, cuando la luz del día nos recuerde de nuevo los límites del hombre? De todo eso trata esta obra. Una trama de misterio inserta en una situación apocalíptica.

Más allá del reto que significa mantener la atención en el auditorio, el punto débil del producto es, vaya desgracia, la construcción de sus personajes; no la calidad histriónica de los actores sino la dirección a la que fueron sometidos. Ésta mantiene una dinámica parecida a lo que hacen en la actualidad escritores como J.J. Abrams, o, con mayor énfasis, la muy entorpecida (aunque muchas veces interesante) obra del ya consagrado binomio Kurtzman-Orci. La primera temporada de Under the Dome me pareció, pues, muy similar en su construcción y alcances a Revolution, por ejemplo. Serie mediana con muchos cadáveres y buenos números de audiencia que se sostiene en tres dignísimas actuaciones.

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Echemos un vistazo a los protagonistas de Chester’s Mill: Julia Shumway (Rachelle Lefevre) una reportera que quiere pasar por dura cuando no puede ser más blandengue, ésta cae rápidamente en el cliché de damisela en peligro que no quiere perder a su hombre porque es lo único que le queda. Barbie (Mike Vogel), ex militar con un historial sombrío (harto misterioso), quien sufre en silencio por los demonios del pasado pero que tiene una mirada de corderito que la mayoría de las mujeres encontrará irresistible. Linda Esquivel (Natalie Martinez), una oficial de policía que se convierte en sheriff de facto que se la pasa lagrimeando con la mayor cara natural de angustia que haya visto en mucho tiempo. Angie McAlister (Britt Robertson), una jovencita huidiza, de temperamento dubitativo y su novio (a veces sí, a veces no), Junior Rennie, un tipo desequilibrado (a veces hijo maltratado y sufriente, a veces un entregado psicópata). Joe (Colin Ford) y Norrie (Mackenzie Lintz), una pareja de jovencitos que actúan como tales (creo es ahí donde King ha hecho un buen trabajo, en retratar al joven-infante de provincia estadounidense), en quienes se pone poca carga dramática pero mucha importancia en la dinámica del suspense (de lo extraño). Y, finalmente, “Big” Jim Rennie, el esqueleto de la obra. El hombre importante, en cuyo temple y acciones recae el mensaje verdadero de la serie, la esperanza y el desconsuelo: la luz y la oscuridad que habita en el corazón del hombre. Aquel que habrá de guiar un pueblo a la gloria o a la perdición.

Y es precisamente en Big Jim donde Under the Dome falla. La fuerza del drama, el desarrollo y sustento de su psicología, que es la psique de un hombre-pilar, no alcanza el desempeño deseable. No se le da oportunidad para desarrollarse como debiera. Los conflictos que atacan a Jim no se explican a cabalidad y la serie se pierde en un marasmo de confusión en donde uno acepta la “factibilidad” de las acciones de los involucrados en semejante situación-límite, pero le sigue molestando, como espectador, ver que, en un momento todo es paz y hermandad y medio minuto después la gente ya se está dando de palos por una lata de sardinas. Y viceversa. No digo que no sea verosímil (bueno, sí, un poco), digo que el tratamiento que se le da a estos momentos en la historia es muy endeble. Insatisfactorio.

Existen ejemplos que cronican mejor cómo debe evolucionar un personaje del tipo. Dean Norris lo conoce bien porque convivió con uno, con varios, hace poco en la finada Breaking Bad.

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¿Tiene, pues, Under the Dome combustible para una segunda temporada? No lo sé. Francamente, ahora mismo, no veo cómo pueda continuar, no con esos personajes y con la aparente imposibilidad de traer al plató a gente nueva.

Siempre he detestado que el negocio de la televisión aspire a productos sin fecha de caducidad (cuando se logran son gran gozo, pero es muy difícil). Prefiero que se cocinen ya trabajos con objetivos precisos y un rumbo trazado. Obras que podrían continuar o no pero que se defienden más allá de la continuidad obligada. Como lo hicieron la mayoría de los capítulos de X-Files, como lo hace ahora Charlie Brooker en la extraordinaria Black Mirror.

Basta ya de series que pueblan el espectro con buenas ideas y altos presupuestos pero que, después de no dar el ancho en continuidad, se les siga alimentando. Heroes conoció esta desgracia de primera mano. La mayoría de los televidentes que la seguimos capítulo a capítulo coincidimos que su cancelación llegó, por lo menos tres años después de cuando debió haber terminado. Dejemos que continúen sólo proyectos con miras a largo plazo, o aquellos que sustentan su trama en episodios autoconclusivos.

Muchas veces las mejores obras surgen cuando el autor tiene claro el rumbo final de su historia.

Omake

Random House Mondadori está a punto de imprimir La cúpula en México en edición Debolsillo —la versión electrónica está disponible para comprar en línea desde octubre del año pasado— dentro de su ambiciosa colección dedicada a Stephen King; sí, esa con tapas negras y letras rojas diseñada por Genoveva Saavedra para el grupo editorial. Más allá de la serie, cuyos capítulos iniciales vale la pena observar; hay que darle oportunidad a esta novelita del mago del horror de Maine.

| IM | NEET | @KuranesII |

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Ismael Martínez
Periodista y editor. Amante de las historietas, los videojuegos y la cultura japonesa. Con un breve paso por el Fondo de Cultura Económica, la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería y Canal 22, se ha especializado en proyectos de difusión de la cultura en medios independientes. Actualmente se dedica al cuidado editorial en Penguin Random House y funge, en sus tiempos libres, como editor de proyectos especiales en revista "MilMesetas", Portal Nómada de Cultura. Es, además, el más reciente recluta del departamento editorial en El Vortex: cultura geek. |
http://watashinokendo.blogspot.mx/

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