ISMAEL MARTÍNEZ |
Sí, ya sé. Frozen es una película para nenas…
Cuando uno la mira, ésta enumera todos los clichés usuales del viejo formato: damiselas en peligro, príncipes al rescate, mascotas extravagantes, animales mudos, elementos mágicos, un villano predecible… Frozen no hace sino reafirmarlos.
Porque dicha narrativa nunca ha estado en peligro, y sus frutos permanecen. No todo puede ser crítica, sin embargo, todo puede ser tomado como caldo de cultivo para un ensayo sociológico. Eso intentaré ahora. Explicarles por qué de unos años para acá el contenido ideológico de las cintas de princesas Disney, el máximo producto cinematográfico seriado de la empresa desde la fundación de la división animada en 1923, hace ya 90 años, ha cambiado, ligeramente.
Inspirada por el relato La reina de las nieves de Hans Christian Andersen (y digo “inspirada” porque de ahí usurparon la idea de algunos personajes e ignoraron todo trazo de la historia), la trama de la cinta es muy simple: dos hermanas, princesas del reino de Arendelle, que en su tierna infancia habían sido muy unidas, se ven de pronto separadas por un oscuro secreto que guarda la niña mayor, la princesa heredera. Un secreto de gélidas consecuencias que pone en peligro sus vidas. El tema entonces, ronda en torno al amor filial, al secreto de un bienestar que sólo puede asegurarse si se tiene de por medio la distancia.
La historia, de predecible resolución, nunca evoluciona más allá de la acción efectista propia de una película para infantes; sin embargo, no deja de sorprender que este tipo de trabajos, tan aparentemente sencillos, funcionen tan bien entre el público en general. Y resulten, las más de las veces, esfuerzos verdaderamente loables, pues cumplen con una muy justificada razón social: el puro, llano y sano entretenimiento.
Frozen es, pues, una película que todo padre de familia promedio está contento de mirar con sus hijos en la matiné del domingo. Es ligera y visualmente agradable.
Feminismo 21
Sin embargo, la influencia del cine como medio de comunicación no queda exenta de cierta carga ideológica. Ya en la segunda mitad del siglo XX, el movimiento feminista se encargó de denunciar la maniatada postura de la mujer en los filmes animados de Disney. Una postura que, con algún negrito en el arroz, se ha mantenido hegemónica, hablando con ello del grado verdadero del cambio en los cimientos ideológicos de la sociedad contemporánea.
La mujer ha pasado, en las últimas décadas, en el discurso imperante que plantea imponerse como política social, de ser un objeto erótico-servil (“la parturienta que sirve y atiende al varón”), a un rol de carácter preponderante (que ya no igualitario, sino con condiciones de mayor comodidad, una que la mayoría de los machos humanos más evolucionados han asumido ya, incluso, como un fardo necesario), incluso regidor en términos arbitrarios, con infinidad de mutaciones, cada una más compleja que la anterior.
Son las mujeres ahora —nos dicen— las que lidian con esa dualidad erótico-servil que no terminan de abandonar debido a una impronta (acaso obligación criminal) milenaria (a según, claro está, de cada cultura en particular).
Paso adelante
Es así que la cinta escrutada en esta columna forcejea con el pasado para proponer una salida sútil. En un par de secuencias, establece una distancia en cuanto a las pequeñas mutaciones, igualmente romancistas, del canon: el príncipe encantador, el enamoramiento fugaz, inmediato, primer amor, es, en realidad, un engaño. Una construcción ideológica de las monarquías postmedievalistas. Una falacia escrita a conveniencia para sojuzgar a las mujeres, para hacerlas creer que aquella acelerada emoción del primer contacto con un varonil hombre representa el cenit emocional de una mujer. Y, naturalmente, con semejante pobreza de espíritu, ¿cómo puede una chica resistir?
Pues Frozen se resiste a perpetuar esa imagen, y lo hace, aunque débilmente, por lo menos en forma: aunque la princesa, segunda en la línea sucesoria, se enamora de inmediato, la cinta propone una alternativa muy clara: no confíes en los impulsos, las primeras impresiones engañan.
Disney propone entonces una enmienda a su antiguo ensayo moral, una enmienda que es al mismo tiempo moralizante, coincidente con el raciocinio postromántico: una relación de construye con el tiempo, con las experiencias. Porque una princesa no puede sentarse a esperar a su príncipe encantador.
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Omake
Mención aparte merece el corto cinematográfico Get a horse que los estudios presentaron (se hará ya costumbre, supongo) como prólogo a la ‘Major Motion Picture’. Un deliberado intento de “ponerse al día” y a la vez un recuerdo cargado de nostalgia por la vieja forma de hacer animación, viñeta por viñeta. Así, aunque un ejercicio de sobrada habilidad técnica, el pequeño filme destaca por su insulso contenido y franca insipidez. Sin más, aquí les dejo una probada.
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