So pretexto de celebrar el horrible Día de San Valentín, la industria cinematográfica anega las salas de proyección con churros cursilones que siguen una fórmula establecida para atraer al segmento difícil del mercado: el sexo femenino. Me atrevería a decir que un 85% de las mujeres prefieren ver una chick flick a una peli de acción o de horror, y lo digo a modo de especulación por supuesto. Sorpresa me he dado al entrar a la sala de Mi novio es un zombie y notar que la mayoría de los asistentes eran hombres ¿habré pecado de machista acaso? ¿O será que los tiempos están cambiando? ¿Será posible desatanizar las pelis cursis?
Al escuchar el simple título (aunque en inglés se llame Warm Bodies ya saben que los traductores son por demás sensacionalistas) “Mi-novio-es-un-zombie” desde luego uno no puede evitar pensar en algo palomerón… ¡Qué digo palomerón! Un bodrio muy posiblemente protagonizado por Cameron Díaz, Julia Roberts, Owen Wilson, Hugh Grant o Reneé Zellweger, quienes están más que habituados a esas películas de “corte femenino” tan melosas que bien podrían causar vómito o una diabetes en el peor de los casos. Sin embargo ésta resulta todo lo contrario, aunque seamos sinceros, si los zombis no son lo tuyo o si eres fan “die hard”, posiblemente la odiarás.
Pese a ello y como buen Grinch de San Valentín me complace anunciar que ha sido un buen gancho para atraer al público masculino, lo cual comprueba mi hipótesis sobre la Edad de Oro del No Muerto: “haz una cinta de zombis y la gente irá a ella como los piojos van tras un cuero cabelludo”. La trama va así: Zombi conoce Chica; Zombie se come al novio de la Chica; Zombi se enamora de Chica; Chica y Zombi piensan que su amor es prohibido (necrofilia); Chica olvida a su ex novio; Zombi y Chica viven felices para siempre. Fin. Aunque claro, todo depende del cristal con que se mire el asunto.
Podemos apreciar un claro uso del desgastado happy ending en una narrativa perfectamente convencional combinada con el elemento sorpresa: No-Muertos. Si la vemos bajo la lupa de las chick flicks, la cinta es una más del montón, no es innovadora. Mas si la apreciamos dentro del abanico de cintas con temática zombi, resulta ser muy fresca, una especie de híbrido bien logrado que evoca a algunos filmes que han transitado por este sendero empedrado, como son Zombieland, Shaun of the Dead o Juan de los Muertos por nombrar algunas que se han atrevido a extirpar el horror de la temática.
Cuando la supervivencia se ha vuelto el objetivo principal del 90% de los productos con temática zombi, es imposible que la adaptación del libro homónimo de Isaac Marion no sea el frijol en el arroz. Pese a homenajear a Romeo y Julieta y La Bella y la Bestia explícitamente (los protagonistas se llaman Julie y R y hasta hay un balcón de por medio), la trama toca una fibra bastante sensible para la sociedad: la rutina. Partiendo del típico advenimiento del Apocalipsis zombi, la historia toma cohesión gracias a la progresiva empatía generada por el monólogo de R (Nicholas Hoult), pues es si acaso la primera vez en que una película de esta temática es abordada desde la perspectiva de quien comúnmente es el “enemigo”.
¿Qué pensaría un zombi si es que pudiese hacerlo? ¿Qué sentiría mientras devora a otro ser vivo? ¿Cómo sería la no-vida de un zombi? ¿Existiría la culpa o la consciencia? El filme se encarga de darnos un mapeo psicológico haciendo una metáfora redonda de la vida cotidiana, en la cual no somos sino zombis carentes de una injerencia real en un mundo manejado por banqueros, empresarios y tecnócratas, a quienes debemos un servilismo rutinario a cambio de un sueldo mediano que nos mantiene trabajando, consumiendo y respirando, dentro de un ambiente monótono al servicio del progreso de la sociedad.
Si bien la cinta no es brillante, el mensaje lo es por el mero hecho de que llega como una cachetada con guante blanco a un público cínico con respecto a su propia condición de proletariado. En este entendido y por más hippie que suene, el amor es introducido como detonante de la cura capaz de devolver a la humanidad de la decadencia al espíritu de la libertad. Y es que aunque suena un tanto utópico, Mi novio es un zombie es la primera cinta de esta temática donde se produce una panacea para a la infección. Podríamos pensar que es demasiado fortuito o bueno para ser verdad, que el guión prospera por una suerte clásica de “Deus ex machina”, y aunque efectivamente así es, también es lo más coherente (aunque un poco falto de imaginación) que a alguien se le pudo ocurrir hasta hoy.
Reflexionemos: Vivimos en una sociedad en la cual es cada vez más difícil convivir e interactuar con otros sin la mediación de tecnologías virtuales y redes sociales; estamos sujetos a la monotonía de un empleo promedio dada la desigualdad de oportunidades de crecimiento profesional; nos encerramos en un cubículo godinezco durante más de 8hrs. a realizar las labores diarias para después pasar dos horas en el tráfico, llegar a casa y ver televisión, limpiar, criar a los hijos, dormir y hacer lo mismo al día siguiente. ¿Es esto para lo que hemos venido al mundo? ¿Para esto vivimos? ¿Estamos vivos? No completamente.
Ensalzada con la hilaridad pertinente en cada diálogo, el filme de Jonathan Levine nos muestra que el amor es la chispa adecuada que necesitamos y esto se ve enfatizado por un soundtrack con rolas de Bob Dylan, Guns N’ Roses, Bruce Springsteen y Scorpions, las cuales mantienen un ritmo especial como acompañamiento del guión; así como por escenas que van de lo cursi a la acción sin caer en el dramatismo en demasía, es decir, nada que ver con Twilight, ni lo piensen blasfemos. A pesar de todo lo propositivo, el guión está lleno de agujeros y tiende a la inverosimilitud de ciertos motivos que quedan suspendidos en el aire.
Mientras que las actuaciones de Nicholas Hoult y Teresa Palmer menguaron su fuerza de vez en vez, el genio de John Malkovich pasa desapercibido; aunado a ello, si comparamos las caracterizaciones con el resto de la filmografía zombi tendremos que Warm Bodies se ha quedado muy por debajo del “softcore”, por lo mismo las actuaciones se han limitado a las de humanos con maquillaje, aunque considerando su target principal posiblemente está justificado.
Sin más, la cinta cuenta con suficiente grandilocuencia para colocarse entre una de las mejores películas de zombis alguna vez hechas (aún con la carencia de lo gore) y es que pese al decreciente fervor del Apocalipsis Zombi, la edad de oro de estos seres está muy lejos de acabar. Sólo esperemos contemplar pronto un progreso narrativo o el estancamiento se tornará inevitable a pesar de los grandes estándares y expectativas marcadas por los escasos productos frescos que nos ha ofrecido la industria hasta ahora, aunque, seamos honestos, todo ello dependa de la demanda del público y de su capacidad para deplorar o reírse del cinismo propio.
Dr. Jabberwocky
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