Desde pequeño yo era muy tranquilo e iba a la guardería que estaba cerca de la casa de mi abuela paterna. El lugar era un perfecto campo de juegos, con entradas y salidas que servían de puertas y escondites que llevaban al patio en donde todas nuestras aventuras cobraban vida; desde el juego del barco pirata, el fuerte, la baticueva y la estrella de la muerte.
Durante el día nos la pasábamos escribiendo, haciendo tareas, y al medio día llegaba la hora de comer. Quizás el mejor momento del día, no, más bien era después de la comida, porque en ese momento cerraba las ventanas, ponían unas cortinas negras, sillas frente a las mismas y finalmente del clóset al fondo del pasillo aparecía un aparato que a mí me parecía mágico, un objeto totalmente misterioso y que los niños de ahora no reconocerían ni aunque lo tuvieran enfrente.
Me refiero al proyector de cintas de rollo, el cual era el gran tesoro de la escuela y el orgullo del director, quien era el único que lo podía llegar a tocar. Aquel instrumento era hermoso, perfecto, robusto, frio; pero elegante y tenía el poder de hacer que 40 niños se sentaran callados a disfrutar el cine de una forma que pocos en la época de 1997 lo hacían.
Una vez que el proyector aparecía en escena todos se callaban; el director Luis —cuyo apellido no recuerdo— lanzaba la pregunta ¿Cuál quieren primero niños? ¿Terremoto? Con sus infames efectos de maquetas malas que según te mostraban cómo se caían lo autos de un segundo piso de una carretera de Los Ángeles; ¿Superman I ó II? La versión del fabuloso Christopher Reeve ¿El viaje fantástico? Donde se hacen chiquitos y viajan por el cuerpo humano. O para variar la segunda mitad de ¿Peter Pan de Disney? Porque la primera se había echado a perder en una proyección anterior.
La verdad es que el catálogo de la guardería era muy corto, pero a nosotros no nos importaba ver mil veces cualesquiera de las cintas ya mencionadas. Recuerdo que todas me causaban reacciones diferentes, Terremoto me daba un pánico espantoso, a pesar de que yo veía que los que caían de los edificios eran “monitos” de plástico y carritos de juguete, que realmente se veían ridículos en pantalla.
El viaje fantástico me parecía lo más científicamente posible, que hasta pensé que eso era posible en aquel lejano 1997. Peter Pan, bueno, ya me la sabia de memoria y hasta me aburría de solo ver esa segunda parte que era la que menos me gustaba; pero mis favoritas siempre eran Superman I y II, con Christopher Reeve, para mí siempre fue la versión definitiva del personaje.
No había otro igual, recuerdo que mi corazón latía muy rápido cuando se dirigía a detener los misiles que destruirían la falla de San Andrés, lloraba cuando moría Luisa Lane y Superman volaba dando un grito estruendoso para revertir el tiempo al ritmo de su música triunfal; pero al final me sentía satisfecho cuando vencia a Lex Luthor y el general Zod, y se quedaba con la chica.
La verdad es que fue una época hermosa que me hizo enamorarme del cine a la “antigüita” y querer ser director de cine algún día. A mí me gustaría que mis hijos o nietos lo vivieran tanto como yo lo viví y que algún día alguien rescate un proyector y esas películas para que yo pueda volver a vivir aquella época del lejano 1997, cuando era un niño en un sillita de la guardería, viendo películas de 1960 y 1970.
Por lo pronto aquí abajo te dejo las escenas que platico en párrafos anteriores, para que te des una idea de lo que yo sentía: