DR. JABBERWOCKY |
Reconozco no ser fanático de The Walking Dead ni de los zombis, en todo caso soy fanático de la televisión y, por ello, he sido uno de los más aferrados críticos a esta serie.
He sido testigo de escandalosos altibajos en TWD, desde el ritmo inconstante al absurdo de algunas subtramas. En conclusión, el drama adaptado por Frank Darabont sirve de ejemplo de lo que debe y no debe hacerse en la televisión, aunque para su fortuna cuenta con una de las bases de fans más sólidas e indulgentes que hay.
Dejar atrás el desastre que significó la cuarta temporada no fue sencillo. El colmo de la apatía y la falta de motivación entre los guionistas fue puesta en evidencia en más de ocho episodios y aunque hacia el final de la entrega la cosa se puso prometedora con el viaje del grupo de Rick hacia Terminus, estuve bastante renuente a continuar hacia el quinto año, supuse que sería lo mismo y al final sólo me quedó la certeza de aquel dicho: “más rápido cae un hablador que un cojo”.
La quinta entrega se redimió, se superó con creces después de la debacle al entregarnos hora tras hora de imponente entretenimiento de principio a fin, y aunque todavía se encuentre lejana a la perfección alcanzada por otras series, es innegable que tuvo episodios brillantes -sí, lo dije- capaces de competir con algunos capítulos de los dramas televisivos más profundos de AMC hasta ahora, Breaking Bad y Mad Men.
Si bien esta temporada ha sido hasta ahora la más consistente de todas, resulta una ironía que persistan ciertas incongruencias de una u otra forma, aunque matizadas. Más bien, deberíamos tomar en cuenta el que la incongruencia es inherente a la serie desde su premisa, más allá de los vicios narrativos en los cuales suelen caer sus guionistas y su showrunner, Scott M. Gimple, pues con todo y eso pareciera que con él se ha encontrado el equilibrio adecuado entre un blockbuster y una propuesta estética con profundidad.
The Walking Dead funciona con un modelo sobreexplotado, en el cual Rick y compañía luchan por su supervivencia contra muertos vivientes, encuentran un refugio temporal, tienen encuentros esporádicos con los zombis y después un conflicto humano estalla para hacerles salir de su zona cómoda. La serie juega a lo seguro y sus productores saben que los fanáticos adoran esto y este año no ha sido diferente, pero las consecuencias de la tragedia han logrado cambiar a los personajes, o al menos a los principales.
El canibalismo en Terminus resultó un catalizador del trauma en los personajes, especialmente en Sasha tras perder a Bob cuando este fue secuestrado y mutilado por los caníbales; asimismo, el explosivo asalto a este pueblo por parte de Carol le debió su lugar de vuelta en el grupo, aunque su momento decisivo se haya dado la temporada anterior al ejecutar a Lizzie, una de las niñas de la prisión que cuidó junto a Tyreese durante su viaje.
Posterior al escape de Terminus, el destino final de Beth, sumado a las falsas expectativas creadas por la mentira de Eugene, terminaron por medrar cualquier ánimo en el grupo al cimentar los que quizá han sido los más brillantes episodios de toda la serie como antesala al arco argumental de Alexandria: “Whats Happened and What’s going on” y “Them”.
Habrá quien piense diferente sobre ambos episodios y seguro muchos se habrán aburrido, pero The Walking Dead no había encontrado hasta ahora un balance en el cual los fanáticos del horror, el gore, la acción y los zombis pudieran convivir por entero con quienes gozamos de propuestas contemplativas y reflexivas de la condición humana, más apegadas a series de televisión de nichos y al cine más experimental, desde el realizado por Bergman y Godard hasta lo más actual del cine independiente.
Por primera vez demostró ser más que puro “survival”, su calidad durante estos episodios se elevó a un nivel cinematográfico ya deseado por muchos shows actuales que posan de vanguardistas, agudos y líricos, tales como House of Cards, The Affair e incluso Penny Dreadful, dentro del género del horror.
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La secuencia semionírica, el voice-over y el montaje de “Whats Happened and What’s going on” hicieron del acto final de Tyreese un viaje a través de la culpa, la negación y la inminencia de la muerte en lo que significó un giro de tuerca inesperado de principio a fin. Si bien Tyreese fue uno de los personajes menos desarrollados en toda la serie, su deceso se vio envuelto en una ola de alucinaciones y recuerdos encargados de plasmar momentos de ansiedad y calma desde la perspectiva del personaje, no desde el espectador, como suele suceder en esta serie, expresando la futilidad del cuerpo, la decadencia de la situación y la desesperación ante la imposibilidad de asir lo efímero de la vida.
Con Maggie, Sasha y Daryl en un vacío existencial tras la pérdida de Beth y Tyreese, “Them” supuso un vuelco catártico, enfrentó a los personajes con su propia mortalidad desde un punto de vista poético y casi místico al enfrentarse a una tormenta. Y mientras la lluvia hidrató sus cuerpos, la tempestad se impuso en un mundo donde los humanos se volvieron huéspedes de una tierra habitada por demonios… ¿pero qué quedó de la humanidad tras la tormenta? Nostalgia, aislamiento y duelo. En vez de hombres y mujeres, carcasas monstruosas e inmisericordes que deambulan sin rumbo o posibilidad de salvación, los verdaderos caminantes muertos.
Tras esta sacudida de realidad los personajes son introducidos por Aaron a Alexandria, un pueblo que vive en la ausencia de conflictos. Al dejar atrás su poderoso escepticismo, Rick aceptó reintegrarse a la civilización junto a los demás en orden de salvaguardar la estabilidad de sus hijos y amigos, mas el desarrollo de la trama evidenció la excepcional puesta en escena entre Carol, Rick, Carl y Daryl, quienes después de todo lo vivido afuera han comenzado a parecerse más y más al Gobernador y a los habitantes de Woodsbury.
En Rick y Carol se apreció el germen del fascismo cuando las cosas en Alexandria no salieron de acuerdo a lo esperado dada la flexibilidad de las normas impuestas por Deanna, la líder del pueblo. La debilidad de los civilizados y el egoísmo sembraron el conflicto tras la muerte del hijo de Deanna;, sumados a la muerte de Noa;, la enemistad entre Glenn y Nicholas; la inestabilidad del padre Gabriel y de Sasha; y las agresiones perpetradas a Jessie por su marido Peter; orillaron a Rick a pensar matar a todos y tomar el control del pueblo por la fuerza.
Habría sido interesante ver a Rick llegar hasta las últimas consecuencias al impedirle regresar al estado de civilización, en un proceso de natural involución hacia la barbarie, mas el resultado del conflicto, aunque satisfactorio fue predecible en el final de temporada. Claro, no por ello se hayan excluidos los momentos de alta tensión de la explosiva conclusión, incluida la adición de Morgan a la mezcla.
No todo funcionó esta temporada, es cierto, ello se debe a la tendencia entre los shows actuales de generar expectativa, agilidad en el ritmo y muertes gratuitas que jamás son lloradas en un afán innecesario de mostrar lo obsceno que termina en normalización.
Entre los errores más notables están la inicial despreocupación de Maggie por el paradero de su hermana; la constante cobardía del padre Gabriel; la actitud autodestructiva de Sasha; Glenn y su intento por aleccionar a Nicholas en el bosque; el triángulo amoroso entre Rick, Jessie y Pete; la muerte de Beth en “Coda”, la cual aunque impactante, resultó frustrante la falta de desarrollo en un personaje con tanto potencial, tal como ha ocurrido con anterioridad y como ocurrió con Tyreese o especialmente, con Noah, quien si recordamos fue salvado en vez de Beth y terminó muerto capítulos después.
Pese a las tramas forzadas a su apresurada conclusión o a lo predecibles e incidentales que se han vuelto los zombis, quizá los peores enemigos de The Walking Dead siguen siendo la cantidad de personajes arrojados a la historia y la cantidad estúpida de episodios donde no se da un avance en concreto, por fortuna esta temporada ha mediado entre la lentitud de la contemplación y la velocidad de los enfrentamientos.
No se siente un avance en la historia porque carece de un destino por alcanzar (este nos fue arrebatado junto a la confesión de Eugene), no se plantea una cura, ni un final feliz, ello puede verse como una debilidad o como una fortaleza y en esta entrega ocurrió lo segundo al dejarnos apreciar nuevamente la verdadera amenaza para los sobrevivientes: ellos mismos.
El guiño a los Wolves dará un empuje a la siguiente entrega muy similar al de la segunda con el Gobernador, pero si esperan un objetivo último en esta serie, están viendo el show equivocado, no lo van a encontrar; en este sentido la serie es un zombi en sí, ha avanzado sin rumbo desde la primera temporada y ello la hace, dependiendo de la temporada, un gasto de tiempo o una inversión.
The Walking Dead se ha vuelto (al menos durante esta temporada) más que salpicaduras de sangre aquí y allí, ha dejado de tratarse de zombis y supervivencia. En este punto se trata de algo más visceral donde el duelo, la culpa, la animalidad, el fantástico nihilismo y el aislamiento son los principales motivadores. El horror y la violencia parecieran ser, cuando menos la mitad de las veces, una excusa con el objetivo de contarnos la historia agonizante y acéfala de la ausencia de un destino por alcanzar, una ilusión de trascendencia expresada de forma dantesca en el más extenuante abandono en el cual toda vida carece de importancia, la mera futilidad.