ISMAEL MARTÍNEZ |
Me gustó. Así, en caliente.
Ya sé, mucho se puede decir, mucho se puede argumentar: que si la tensión dramática fue muy pobre, que si el personaje de Sulley fue eclipsado por Mike Wazowski, que si la interacción con el mundo humano hizo falta, que si Monsters Inc. fue mejor…
Sin embargo, lo que no se le puede escatimar a Monsters University son dos características primordiales: eficiencia y corazón. Adjetivos que bien podrían calificar la obra completa de Pixar Animation Studios, esa compañía plagada de hippies sonrientes con sede en Emeryville, California.
Sí, con riesgo de sonar cursi: eficiencia y corazón.
A lo largo de 27 años de producir cine con técnicas de animación por computadora (CG, para los versados), Pixar consigue siempre (o casi) hacernos pasar por una vorágine de emociones simples, elementales. Descartando dos notables excepciones, una en narrativa y en argumento —Cars (2006), curiosamente, al mismo tiempo, uno de sus mayores éxitos en taquilla; y Brave (2009), por otra parte, uno de los trabajos de animación más bellos del cine contemporáneo—, el resto de su catálogo destaca por ser el resultado de la contundencia visual y el cariño a un buen relato. Características que hacen a sus cintas, clásicos inmediatos del género.
Desde Toy Story (1995) hasta Monsters University, pasando por obras como Bichos (1998), Buscando a Nemo (2003), Los increíbles (2004), Ratatouille (2007), WALL-E (2008) y Up (2009), Pixar ha sabido contarnos una y otra vez esa historia que nos mejora el ánimo; que nos invita a sumergirnos en un abrazo visual dentro de un mundo fantástico que resulta convincente (por su atención al detalle) en cada aspecto de su construcción.
¿Es acaso esa actitud condescendiente, al estilo Disney si se quiere, la que nos hace sonreír cada que miramos uno de sus productos audiovisuales?
Monsters University, la fórmula del éxito
Pixar consigue, pues, colocar temas universales, conflictos tangibles, reales (actuales), en el eje narrativo de sus historias, todo ellos, cuentos fantásticos.
En Monsters University, nuestro pretexto veraniego cercano, es uno muy claro: la búsqueda de una meta (¿inalcanzable?) por medio del trabajo duro y con todo y pesares.
Mike Wazowski es un monstruo ciclópeo, pequeño y verde, un monstruo como su madre, su padre y sus amigos, que vive en un mundo de criaturas alimentado (literalmente) por el miedo humano, mejor dicho: de la capacidad humana de terror-asombro contenida en un buen par de pulmones.
En una excursión de la escuela primaria de esperpentos, Mike tiene una revelación vocacional irreconciliable: quiere dedicarse a cosechar espantos, estar en la cima de la fama, algo así como ser estrella de las ligas mayores (con todo y su perfil impreso en tarjetas coleccionables).
Pequeño, insignificante incluso, Wazowski decide perseguir su sueño, y lo hace por la vía del trabajo duro. Muy pronto se da cuenta que el esfuerzo en solitario, aún con el máximo empeño posible, no funciona en un mundo erigido en la base social. La respuesta es muy clara: el hermanazgo. La película no puede ser más clara en ello: fraternidades universitarias.
Para que uno consiga lo que quiere es necesario trabajar en equipo; trabajar con y para los suyos; es ahí, nos dice Pixar, donde está el éxito: en la amistad y el trabajo duro. Por eso sale uno de la sala sonriendo. Por ello uno asiste y aplaude, y ríe y llora, y goza y sufre. Porque esos dos puntos (síntesis extrema) son anhelos alcanzables.
“Discurso protestante”, “sueño americano”, “Utilitarismo”, se le ha dado muchas formas a esa ideología, en breve: si uno trabaja y espera, alguna puerta se abrirá. Así es el mundo, y por eso funciona. Más aún en cine.
| IM | @KuranesII |
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