DOCTOR JABBERWOCKY |
La bella durmiente es el clásico caso de la narración versionada y reinterpretada incontables veces, es ese tipo específico de historia que conforme el tiempo transcurre, pierde poco a poco el simbolismo original en favor de mantenerse vigente. No pensemos ni en dinero, ni en su recaudación durante el fin de semana -el cual, a propósito, fue superior al de X-Men: DoFP-, más bien hay que meditar en cómo el simbolismo fantástico es reemplazado por el simbolismo devenido del imaginario social, pues esa es la fortaleza de la cinta protagonizada por Angelina Jolie.
Maleficent presenta una revisión actualizada donde las princesas ya no tienen un lugar ponderante en la historia, son más bien un pretexto para contar historias adultas, reales y con una crudeza más o menos intrínseca a la realidad social que se vive en un mundo en constante cambio. Por supuesto que es una trama predecible, es Disney, por el amor de Dios, pero vamos, ya no estamos tratando con los estudios a quienes les debemos los arquetipos de género que marcaron a las generaciones de la segunda mitad del siglo XX.
Jolie traza fríamente el carácter de la villana Maléfica y la expone ante el espectador como un ente femenino con vulnerabilidades y fortalezas, no se esperaba menos de ella; tampoco debemos olvidarnos que la cinta no es tanto un remake de La bella durmiente, sino una historia que por sí misma se sostiene y se va por la tangente. La maligna hada que vimos en la película de 1959 carecía de una motivación real para ser en verdad mala y es que en la animación es raro encontrar casos de villanía justificada, en especial porque para el público infantil es más difícil reconocer las vicisitudes morales de la justicia, el bien y el mal, por lo cual era normal que las malas del cuento fueran asumidas como personajes perversos nada más porque sí, sin entrar en detalles de las causas que les orillaron a convertirse en la encarnación de la maldad.
Tal como la Reina Ravenna en Blancanieves y el cazador (2012), la motivación de Maléfica proviene de una historia de traición y violencia que no hace sino ofrecer un fuerte discurso sobre la violencia contra la mujer y al mismo tiempo funciona como un recordatorio sobre la lógica detrás del enamoramiento, que no hace sino evocar a cintas como Durmiendo con el enemigo o Nunca más, donde los amantes de las protagonistas se vuelven su más amenazante temor. El mensaje de Maleficent no persuade a las niñas de convertirse en una princesita y esperen al hombre de sus sueños, como hiciera la versión del 59; en todo caso, el mensaje alienta a las niñas a volverse mujeres fuertes ante cualquier adversidad en un mundo donde ceder ante la venganza y la violencia, desemboca en ciclos casi interminables de presión social y sufrimiento.
Mientras la figura antagónica se desplaza de Maléfica al Rey Stephan (Sharlto Copley), la Princesa Aurora, interpretada por una “normalona” Elle Fanning, no tiene cabida en el mundo real representado por el reino de su padre, lugar que da origen a la violencia y a la ambición de los hombres; relegada a un segundo plano, encuentra un hogar en el mundo de la fantasía, el Páramo, donde en verdad pertenecen las princesas -habría que preguntar a Kate Middleton cómo le va-; mientras tanto, Maléfica halla su campo de batalla en aquel lugar ominoso, porque es cierto, la violencia contra la mujer es real, ocurre todos los días y no es de esperar que a su regreso, el reino de las hadas y el reino de los hombres logren converger en armonía como paralelismo de la triunfante justicia bajo el halo de la razón y no bajo la Ley del Talión.
Dentro de estas valiosas alegorías que suplantaron la visión original de 1697, encontramos un retorno victorioso a lo que una vez fue el corazón puro de una chica victimizada, traicionada y violada por quien una vez amó; es finalmente la historia del amor romántico, ese tránsito luctuoso entre un corazón abierto, un corazón herido y un corazón blindado ya no por el amor de pareja, sino por el amor de madre y en especial, por el descubrimiento del amor propio, algo con lo cual la gran mayoría de los humanos nos sentimos identificados. En Maleficent el amor erótico se dirige a la mutilación y a la venganza y posteriormente supera la condición de hechiceras icónicas como Medea o Morgan le Fay, al mostrar una faceta que seguramente decepcionará a muchos de los fanáticos del personaje, pero que no habría podido seguir otro camino salvo el de la misericordia.
Pese a los efectos visuales, elemento en el cual se fijan con regularidad los ingenuos, la cinta dirigida por el veterano en SFX, Robert Stromberg, crea un ambiente un tanto ensombrecido conforme la trama avanza, sin olvidar que estamos frente a un cuento de hadas que debido a su carácter, no posibilita tanta profundidad dramática en ninguno de los personajes, al respecto, recae en los talentos de Jolie y Copley delinear la fuerza de los personajes; en el caso de Copley, no se alcanza a ver una motivación real en su obsesión y por ello, falla en ofrecer un antagónico memorable, a diferencia de su interpretación en Elysium, sin embargo, son de entender las limitaciones mismas del argumento; por otro lado, Jolie nos deja vislumbrar el gran alcance de su talento en una de las más traumáticas escenas alguna vez presentadas en una adaptación de cuento de hadas, donde se hace eco de algunas connotaciones de abuso sexual.
Al final Maleficent brilla más por la actuación de Angelina Jolie, que por la historia en sí, es innegable, sin embargo, pareciera que Disney por fin se pusiera frente al pizarrón a escribir una y otra vez qué no debe hacer, al menos así ha sido desde Frozen y ha significado un movimiento positivo para los estudios, dada la influencia que su cinta animada obtuvo al modificar paradigmas que parecían inamovibles en la narración audiovisual occidental y en la industria del entretenimiento enfocada a menores de edad.
Si en última instancia, el mensaje indica que la villanía está sobrevalorada, lo mismo sucede con el heroísmo, pero dudo que eso vaya a cambiar para Disney mientras posea a Marvel, así como los derechos sobre Star Wars y el resto de creaciones de George Lucas y quizá esa es una de las mayores fallas de esta cinta. En un panorama donde el número de antihéroes y antagonistas finamente construidos (gracias a la continuidad provista por la televisión) se haya en ciernes, es imposible que una compañía que se vale de las buenas costumbres de la vida americana para hacer negocio, considere remodelar sus cimientos. Lejos de ser la antes mencionada Ravenna, protagonizada por Charlize Theron o Jadis, la bruja blanca de Las crónicas de Narnia, la cual fue interpretada por la brillante Tilda Swinton, Angelina Jolie le da un twist a Maléfica que muchos no esperaban y a muchos seguramente no les encantará.
Así, pareciera que los estudios se aferran a la supervivencia con manos, garras, alas, cuernos y pies, demostrando a los nuevos públicos cómo es que su forma de proyectar el mundo cambia paralelamente, se adapta a las revoluciones, a la velocidad de la información y a las transformaciones cognitivas, pero no sólo eso; Disney no pierde su encantadora esencia, pues hace notar que “aferrarse a la supervivencia” es sólo un decir para la empresa, ello les hace más fuertes ante su competencia; hoy más que nunca poseen una compleja inteligencia, tanto para los negocios, como para el storytelling, la cual los ha mantenido en la cima sin traicionar enteramente sus valores fundacionales o la línea que los diferencia del resto, lo cual los sitúa literalmente a miles de años de la quiebra.