Es ritual que antes de ir al cine de menos lea una que otra reseña o crítica de la peli en cuestión, en este caso Cloud Atlas y si bien la experiencia había sido una epifanía para unos, me asombré al leer que fue confusa para otros tantos, lo cual evidentemente llamó mi atención, por lo cual en un momento de pleno aburrimiento decidí escaparme de la oficina para verla, aprovechando que mi jefe se halla de vacaciones (11:30 am, soy yo o he pecado de cinismo).
Mi gran sorpresa llegó al terminar la película pues me pregunté “¿Confusa? ¿En dónde demonios le ven lo confuso si es más claro que el agua?” y es que el problema lo tiene el público, no el filme. Mi veredicto: Brillante y descomunal. No por ello digo que sea perfecta ni que vaya aquí a exponer una apología. Aunque algunas interpretaciones son de meritorio reconocimiento, los acentos simulados por Tom Hanks los encontré sórdidos mientras que algunas caracterizaciones fueron caricaturescas, como fue Hugo Weaving de ‘Old Georgie’ o de coreano, a pesar de esto, es digno detallar 4 aspectos que me parecieron increíbles de esta cinta.
EL MONTAJE
La esencia artística de Cloud Atlas se halla desde luego en el montaje paralelo tan sutil al cual fue sometida por Alexander Berner y los tres mosqueteros, Andy y Lana Wachowski (The Matrix) junto con Tom Tykwer (Run Lola Run, El Perfume), quienes se encargaron de obsequiarnos suaves transiciones al ritmo de una banda sonora equiparable a una canción de cuna que no arrulla pero sí mantiene la expectación y la tensión. La forma tan magistral en la cual se hilvanan las 6 historias de la obra de David Mitchell en pantalla no son de ninguna manera confusa, más bien el ojo del espectador está ineducado. Sergei Eisenstein debe estar revolcándose en su tumba y no puedo evitar reírme, en serio, no es que estemos tampoco frente a The Good Shepherd (2006) o a Donnie Darko (2001) en las cuales es necesario un análisis más o menos forzado del orden de las secuencias.
GUIÓN
A pesar de ser directores con una filmografía diversa y estilos de consistencia variada, lograron escribir un guión sin pasmos que se ve reflejado en una fotografía uniforme. Si bien la mitad de lo apreciado en pantalla es CGI, la resultante audiovisual es similar a cuando vemos un episodio de Doctor Who, lleno de escenografías de tiempos distintos donde se encuentran inmersos personajes con humores muy diferentes. La complejidad del guión radica en dar sentido y unión a pequeños detalles sobre historias que no terminan de nacer, pero que en ningún momento pretenden hacerlo; son puntos fijos reinterpretados por el tiempo y al borde de la resolución, concatenados por frases inteligentes y honestas, producto de la mente ávida de Mitchell, sin lugar a dudas. Lo genial del guión no es su “perfección”, sino su atrevimiento.
LA NARRATIVA
Ahora bien ¿por qué es brillante Cloud Atlas? ¿Por qué sobresale? Sin quererlo, da una valiosa lección sobre narrativa. Como lo he mencionado en algunos artículos pasados tenemos una rara afección por “EL FIN”, el fin del mundo como el mito más reciclado que aún se halla vigente; el fin de la historia; el fin de la humanidad; el fin del tiempo; el final de temporada; el fin de la narrativa. Si el punto final se le había puesto a la narrativa cuando vimos LOTR: The Return of the King o The Dark Knight Rises, revisemos la historia del cine y tendremos desde Star Wars: Episode 1 hasta The Hobbit para entender que no hay fin mientras genere ganancias.
La buena noticia: 1:30 pm y no estoy aburrido ni quiero salirme de la sala, el filme me tragó, se salió del esquema narrativo de Hollywood por no estar sobrecargada como las producciones típicas de Michael Bay. Este filme presenta a un elenco que interpreta diversos papeles a lo largo de quinientos años. Lo original de su argumento no se trata de contar las “vidas pasadas” de sus personajes, sino de apreciar la meticulosa relación entre unos y otros para validar su premisa: todo está conectado.
De hecho, todo el efectismo audiovisual queda de lado cuando uno comienza a analizar la detallada adaptación del guión y la univocidad del mensaje donde se balancean la fe y los hechos, planteando un trasfondo problemático en cada narración. Sin embargo, la cinta no trata de libertad y si lo hace, es en un plano simbólico, es la idea más superficial que el filme mismo intenta profundizar para cuestionarnos si en verdad se puede hablar de libertad y, en todo caso, qué estaríamos dispuestos a hacer por salvaguardar nuestros derechos fundamentales a pesar de dos condiciones extendidas y confundidas de un extremo a otro de la historia mundial: la civilización y la barbarie.
El estado de civilización existe hipotéticamente para velar por nuestro derecho a la vida (así de maniqueo es el asunto) por lo cual, si recordamos nuestra educación media entendemos por barbarie un estado opuesto. ¿Quiénes tienen derechos? El instrumento social que regula la civilización hace caso omiso a las demandas e impone el derecho a quien la sociedad considere conveniente para su prosperidad de acuerdo a una serie de consideraciones más bien morales pero sobre todo económicas, la historia de Adam Ewing (Jim Sturgess) y el esclavo negro Autua (David Gyasi) son ejemplo legendario de ello, pues el racismo y la discriminación no son nada nuevo e, incluso, es una condición insuperable para la humanidad (no olvidemos que el apartheid sudafricano terminó en los 90).
Siguiendo esta línea se halla el relato de Sonmi-451 (Doona Bae), una clon hecha para brindar servicio a un restaurante en Neo Seúl durante 2144, la cual desconoce su esclavitud hasta que alguien le abre los ojos tan sólo para darse cuenta que cuando las clones dejan de ser útiles son sacrificadas y procesadas como alimento para las nuevas, muy onda Soylent Green como adivinaría Timothy Cavendish (Jim Broadbent) al intentar escapar del asilo en su relato durante 2012. Estos son problemas éticos evidentemente actuales, no tienen fin como supone la narrativa convencional, de ello que los límites narrativos presagiados por ese posmodernismo prematuro, mal interpretado y apocalíptico han devenido en horizontes ampliados, de ello que Cloud Atlas pueda ubicarse entre las mejores películas de ciencia ficción de los últimos años, pues no tiene principio ni fin.
EL SOUNDTRACK
El soundtrack, compuesto por Reinhold Heil, Johnny Klimek y Tom Tykwer, es una delicia, cada una de las piezas está hecha a medida del personaje en turno, de manera que armonizan con el ánimo de cada personaje como es el caso de la aventura de Ewing en el barco, el asilo donde tienen retenido a Cavendish y el mood setentero dispuesto en el relato de Luisa Rey (Halle Berry). Mención honorífica merece el Cloud Atlas Sextet compuesto para el relato del virtuoso Robert Frobisher (Ben Whishaw), definiendo una atmósfera particularmente apabullante debido a las circunstancias platónicas que se debaten entre su mentor Vyvyan Ayrs (Jim Broadbent) y su amado Rufus Sixsmith (James D’Arcy).
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LA MORALEJA
2:30pm, es casi hora de ver la luz del sol y he quedado más que satisfecho pues la cinta vino a vaticinar algo que he repetido como merólico: nuestras vidas no son nuestras. Podríamos pensar que le pertenecen al gobierno, las corporaciones, la sociedad y a los bancos pero estaríamos errados, pecaríamos de ingenuos pues nuestras vidas pertenecen al tiempo. Cloud Atlas es una película adelantada a un tiempo que quizá no llegue, por eso ha tenido una respuesta mixta por parte del público, facilita una lección de física y genética al reflexionar sobre plantillas hereditarias y patrones repetidos, pues aunque nuestra voluntad incide en el mundo como el aleteo de una mariposa, la muerte es inevitable, nuestros cuerpos son puntos fijos del espacio/tiempo, pero nuestras ideas trascienden ¿qué si nadie me cree? Prefiero parafrasear a Sonmi-451 previo a su ejecución, “alguien ya lo hace”.
Dr. Jabberwocky