ISMAEL MARTÍNEZ |
Todo comenzó hace 30 años, cuando algunos genios de la industria del juguete —el emporio Hasbro en asociación con Takara Tomy Co., empresita japonesa que aún produce juguetes para Nintendo y Square Enix—, inspirados en la costumbre ya arraigada en Japón de la lucha entre bestias y entidades gigantescas —cómo olvidar a Gojira (permítanme, por favor, referirme a tan importante monstruosidad por su nombre original, derivado de los vocablos nipones equivalentes a gorila, de ahí el “go” y ballena, “kujira”, de ahí el “jira”) o a Ultraman—, que prometía (y producía, de hecho) mucho dinero, decidieron aprovechar el éxito que los robots gigantes obtenían en la pantalla chica —Mobile Suit Gundam asaltó los televisores isleños en 1979 y Macross hizo lo propio en 1982— para mezclar el concepto con la mecánica propia de los vehículos del momento. Así surgió esa maravilla que es Transformers.
Ahhh, regresan a mi mente aquellos momentos de bella infancia frente al televisor al ver a Optimus Prime —cuyo diseño original estuvo a cargo de genial Shoji Kawamori, responsable, entre otras cosas, del diseño mecánico en Macross, Eureka Seven, Ghost in the Shell, Space Battleship Yamato y la maravillosa Sousei no Aquarion— y su flotilla de subordinados salvar el día. Qué momentos de estimulante observancia me dieron acercamientos a la franquicia como ‘Guerra de Bestias‘…
Es quizá por esos recuerdos tan bellos que el mirar, en una sala de cine el verano de 2007, la muy prometedora cinta de Michael Bay, producida (en parte, quizá sólo de nombre) por Steven Spielberg, con guión de Roberto Orci y Alex Kurtzman (para entonces ya habían hecho Alias y estaban por comenzar con Fringe). Qué terrible decepción.
Y es que las cintas de Michael Bay son simplemente trabajos menores. Acicates para efectos visuales. Dicho en una palabra: mediocres. No alcanzan, siquiera —me parece—, la dignísima categoría de “palomazo”; como sí lo hacen otras franquicias, cintas como The Rock, de Bay mismo, o Independence Day y Godzilla de Roland Emmerich, un director y productor de la misma pretensión y liga.
Lo único rescatable es, quizá, el esfuerzo de los diseñadores mecánicos quienes trabajan para hacer lucir verosímil el movimiento y la flexibilidad de semejantes armatostes: intentar que la misma masa ocupe muy variadas dimensiones en el espacio. Consiguen, a veces, verdaderos triunfos.
Sin embargo, resulta triste que la escena más memorable en la hasta ahora trilogía sea aquélla que muestra, primero en plano general de espaldas, y luego en plano medio de frente, a una despampanante Megan Fox, sudando frente al radiador de una nave automotriz. He de confesar que la chica nunca ha sido de mi devoción, siquiera como mero receptáculo merecedor de toda mirada (siempre preferí perfiles un tanto distintos; pensemos en Milla Jovovich en El quinto elemento o en Natalie Portman en El ataque de los clones, por mencionar sólo ejemplos adjuntos al frikiverso); sin embargo, aquella toma en que levanta la mirada y ve de frente, con ese gesto tan de alguna forma noir (y, ¿por qué no decirlo?, tan zorrón) es capaz de asombrar al espectador, mujeres y hombres por igual.
La tragedia aquí es, entonces:
Transformers, una franquicia tan querida, que ha sobrevivido décadas de intermitente ostracismo, de, tal vez, auto-motivado gueto, ¿merece ser recordada en la mente del ciudadano de a pie como aquel producto que tuvo a bien orquestar una trama disímil, desarticulada, caprichosa, en donde las malogradas, pirotécnicas y oscuras escenas de acción (tanto movimiento no deja a uno fijar la pupila en acontecimiento alguno) confunden más que asombran? ¿Merece Optimus Prime, uno de los héroes más emblemáticos del panteón frandomero, ser reducido a una sensual electro-cavernosa voz? ¿Autobots vs Decepticons, en eterno conflicto por el dominio de Cybertron, merecen estar condenados a librar el resto de sus batallas en formato digital de la mano de farsantes y cazatesoros?
En fin. El problema no es que Michael Bay haya hecho una cinta de Transformers. El problema es que amenaza con secuestrar la imagen de la franquicia de forma permanente, para las generaciones por venir. Por suerte ahí están los servicios de televisión “bajo demanda”, en donde los pequeños pueden tener acercamientos distintos al mismo nombre, hacer una mirada al pasado sin que el formato en video necesariamente se los impida. Esperemos que Transformers tenga algún día un futuro más allá de Paramount & DreamWorks.
Ahí se viene la cuarta película de la época Bay. Depende de nosotros hacer de sus fallas en cine un error en taquilla.
Omake
Termino esta pequeña crítica ofreciéndoles un brevísimo comentario que publiqué, en junio de 2009, tras el estreno de la segunda parte de la (hasta) ahora tetralogía de Bay sobre Optimus Prime y sus gigantescos colegas. Entonces no se veía que el producto diera para tanto:
Michael Bay es, sin lugar a dudas, uno de los “mejores” directores de blockbusters en la última década, ya que, desde su debut en Hollywood con ‘Dos policías rebeldes’ (Bad Boys, 1998), mostró pleno conocimiento de todo aquello que le interesa a la media de sus compatriotas: guiones efectistas, cien cambios de cámara por minuto, patriotismo Monroe, intrigas ‘light’, persecuciones motorizadas, sabroso y simplista humor camionero, ‘femme fatales’ multirraciales, apasionados personajes con patológicas pulsiones heroicas, villanos malos, malignos, malditos; lindas muchachas de largas piernas y prendas entalladas; apoteósica música para desastres, ligeros guiños a los polígonos amorosos, y amenazadores explosivos en cada esquina…
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