Por DR. JABBERWOCKY |
Pocas cintas de ciencia ficción ocupan un lugar tan privilegiado en la crítica social como Elysium. Creada por Neill Blomkamp, la película parte de la misma premisa postapocalíptica ya conocida: el mundo está sobrepoblado y la humanidad corre riesgo.
La industria nos ha acostumbrado a ver filmes donde el mundo se halla constantemente amenazado por fuerzas externas al hombre; es un patrón mitológico existente desde la antigüedad. Sin embargo, en este filme, como en Los niños del hombre de Alfonso Cuarón, la explotación demográfica no es sólo la fuente real del peligro.
La trama comienza con Max, uno de los tantos niños huérfanos que ha dejado la devastación mundial por el consumo de los recursos naturales. Como todo niño, es imposible que no sueñe en algo inalcanzable, en este caso Elysium.
Al crecer Max, todos sus anhelos de la juventud son enterrados, lo cual forma a un hombre miserable pero duro, cuyo historial delictivo se haya continuamente vigilado por las autoridades. El verdadero detonante de la narración se da cuando éste sufre un accidente que le condena a morir en pocos días, evento que tiene como consecuencia la reasimilación de la voluntad criminal para así salvar su vida.
En esta cinta, toda ciencia ficción es parapeto de un discurso arraigado en la historia político-económica del mundo. Con una estética que evoca la elegancia estilística de Kubrick, la pulcra fotografía de Dariusz Wolski en Prometheus y la suciedad de Mega City One en Dredd al mismo tiempo, es lamentable que el núcleo del mensaje metatextual se haya visto opacado por la incorporación de secuencias de acción, dejándonos sólo una escena pequeña de intimidad y tensión durante la persecución en el pasillo de la estación, el cual obtuvo su influencia de Alien y la otra cinta de Ridley Scott ya citada.
Y a todo esto, ¿qué es Elysium?
Hacia el año 2154, la economía se estancó absolutamente y la vida en sociedad dejó de ser sustentable debido a la imparable tasa de natalidad y el aumento desmesurado de gente de escasos recursos, así como el consumo total de los energéticos.
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Estos hechos orillaron a que el 1% de la población mundial encontrara la forma de escapar del planeta, so pretexto de preservar no sólo a la especie, sino su opulencia. En Elysium apreciamos una aparente utopía consolidada en un macrosistema distópico cuasi perfecto, pero que no termina de cuajar por el hecho de que incluso hoy es algo real y evidente, tanto como podemos comparar la situación económica neozelandesa con la griega.
Pero Elysium va más allá de dicha idea. Quien sabe un poco de mitología griega recuerda los Campos Elíseos -sí, el mismo lugar donde Seiya tiene su lamentable confrontación con el dios del Inframundo en la parte más “equis” de la Saga de Hades– como el lugar donde las almas de los guerreros y los hombres virtuosos iban después de morir honorablemente. En este lugar donde los mortales se volvían inmortales y convivían con los dioses en llanuras brillantes y paradisíacas, no existía la muerte sino la No-muerte, la salud abundante y eterna.
Así, la concepción del Elíseo aterrizó en la cinta de Blomkamp como una estación espacial que orbita en la atmósfera de la Tierra, que gracias a la ingeniería y los avances, ha logrado crear un ecosistema sustentable y amigable para la élite multimillonaria que vio el ascenso de los pobres y la caída de la economía como una amenaza hacia su estilo de vida. Desde niño el hombre ha buscado sabiduría y felicidad en el cielo, la clave de la vida eterna y de eso se trata Elysium, no apela sino a la verdad tras el delirio de Ícaro tan común en la aspiración capitalista.
Claro, porque ¿a dónde irían de compras los ricos sin las boutiques de lujo? ¿En qué playas privadas vacacionarían si todas estuvieran ocupadas por jacales “marimariezcos”? ¿Dónde estudiarían si Harvard estuviera lleno de indigentes? ¿Qué son para nosotros los mortales capitalinos una ciudad de Santa Fe o un Presidente Masaryk, sino ejemplos más primitivos de Elysium? La respuesta está en el 2154 Bugatti, nave espacial diseñada para la élite exquisita que habita la plataforma espacial.
Para distopías, Neill Blomkamp se pinta solo
Blomkamp no es un aficionado a la ciencia ficción, trabajó como animador para Stargate SG-1, Dark Angel, Smallville y es más reconocido por la dirección de la increíble District 9. Su trabajo es notable heredero de Blade Runner, pues logra traer a primer plano las vicisitudes y el absurdo de la vida humana en sociedad al convivir con la innovación tecnológica y la presencia de un “otro” ominoso y siniestro.
El director nacido en Johannesburgo, Sudáfrica, retrató una analogía del apartheid de su país en District 9; por fortuna en Elysium la idea persiste, sólo que aquí no son extraterrestres quienes viven en aislamiento, sino humanos, la mayoría de ellos pobres, de educación y recursos escasos, pero especialmente latinos.
Estamos hablando de dos mundos que siempre han existido pero que desgraciadamente conforme los días pasan, la brecha que les separa se va a agrandando hasta llegar a un momento donde la clase media desaparecerá (si es que alguna vez existió en primer lugar).
En esta cinta, la minoría rica se puso en peligro de extinción a sí misma -quizá si todos fuéramos pobres incluyendo a los ricos, no habría desigualdad- gracias a su ambición, por lo cual la opción más lógica fue elevarse a los cielos y construir sus propios templos y mecas financieras en un lugar lejos de los mortales.
Mientras, en la Tierra, la justicia es un tema regulado por autómatas, los cuales lejos de entender las divergencias entre ética, moral y legalidad, aplican la ley de acuerdo a comandos arbitrarios predeterminados.
Y claro, como debía ser, la mayoría latina vive en guetos con condiciones paupérrimas, pues es como los ricos -y los idiotas republicanos- ven a los migrantes que cruzan día a día la frontera entre Estados Unidos y México y en la cinta el problema de la inmigración ilegal se hace empero palpable, pues Elysium representa el gran sueño americano, aunque se las gaste poniendo a Jodie Foster a hablar su perfecto francés.
Para presentar tal idea, Blomkamp rodó la película en el Bordo de Xochiaca en el Estado de México, el cual quien lo conozca sabrá de antemano que se trata de un basurero de proporciones épicas, lo cual nos hace repensar las distopías más populares de la ciencia ficción, pues ¿será que México es el claro ejemplo de que la distopía es una realidad que no necesita de grandes avances tecnológicos para perpetuar la desigualdad? México es definitivamente el futuro.
Con amor, Aldous Huxley…
Cuando Max (Matt Damon) crece, se enfrenta a las verdaderas adversidades de la vida real. Tras haberse convertido en un criminal con un historial delictivo menor gracias en parte al ambiente que le rodea -Darwin habría argüido que el personaje tuvo que adaptarse al entorno y asimilarlo en orden de sobrevivir-, lo único que desea es reivindicarse honestamente, tomando un trabajo de obrero en una empresa dirigida por -obviamente- un rico.
Blomkamp da una cátedra sobre lucha de clases y modos de producción, pero también nos enseña casi a forma de profecía que a 146 años a partir de ahora, a la burguesía -si es que para esa época se le puede seguir llamando así- le va a seguir siendo intramuscular la dignidad humana, pues el problema es muy evidente, actualmente los “Godínez” salimos de las universidades educados para la producción y los resultados, laboramos un mínimo de ocho horas y a eso se reduce la vida; al patrón rara vez le importa el estado de ánimos o de salud de sus empleados, pues éstos son reemplazables y entre más automatizados son los empleos, menos oportunidades hay de adquirir un trabajo. Eso hoy… y en 146 años, ¿y educación para qué? ¿Para quiénes? Para gente como los habitantes de Elysium que poseen tecnología para, básicamente, vivir por siempre.
Creada por la Corporación Armadyne, la estación Elysium tomó 92 billones de horas para ser construida; en el complejo se dice habitan 7, 946 personas que ocupan un rango de 251.2 kilómetros cuadrados. El diseño que recuerda a la estación con forma de anillo en 2001: Odisea del espacio de Kubrick, se remonta a otro propuesto por la NASA en 1979, conocido como “Stanford Torus” y que nace de la visión particular del “Padre de la ciencia espacial”, Wernher von Braun y del científico Herman Potocnika, durante los cincuenta; así como de la “Esfera de Bernal” propuesta por John Desmond Bernal en 1929.
La visión original de dicha estación era albergar millones de habitantes para evitar la sobrepoblación mundial; la construcción del “Stanford Torus” se habría llevado a cabo con elementos y recursos de “fácil” adquisición en el espacio, la luna, planetas cercanos y del sol mismo, en orden de preservar los recursos de la Tierra. La noble idea, cuyo origen es profundamente socialista habría significado un avance sustancial para la salvación del mundo. ¿Cómo es que tal noción pudo pervertirse en Elysium? Si bien la cinta no es real, la ciencia ficción no ha sido sino vaticinio de lo que está por venir.
No es descartable que la ciencia tenga de mecenas a gente acaudalada -recordemos la cinta 2012 de Roland Emmerich-, el que en la ficción se construya tal estructura para albergar a los magnates sólo evoca los ecos de la arquitectura contemporánea en favor del corporativismo. El día en que los rascacielos ya no sean suficientes para quitarle al hombre promedio la vista de las montañas, el cielo será el próximo lugar a conquistar -¿alguien recuerda Los supersónicos?-.
Y mientras en el filme, el cielo se tornó un mundo feliz con guiños huxleyanos, la Tierra entera se adaptó al bulevar de los sueños rotos heredado por la alta alcurnia del más alto capitalismo. En un adiós al Gran Hermano orwelliano, los dioses aparentemente dejaron de controlar, vigilar y castigar los destinos de los mortales al regalarles la inevitabilidad, o al menos eso parecía…
El cuerpo amplificado
Tras haber sido expuesto a radiación por seguir una orden directa de su supervisor y serle diagnosticados unos cuantos días de vida, Max es dejado a su suerte por John Carlyle, dueño de Armadyne, empresa para la cual ha dedicado años de reivindicación y que fue responsable por la creación del paraíso celestial.
Para llevar a cabo su misión, Max es implantado con injertos biotecnológicos y un exoesqueleto que le provee fuerza y agilidad sobrehumanas, esto dado el deterioro de su condición a causa de la radiación. La estética cyberpunk en Elysium evoca sin duda a The Matrix y a los experimentos del artista chipriota Stelarc, cuyas investigaciones sobre la obsolescencia del cuerpo le llevaron a construir su propio exoesqueleto en 1999.
La tarea de Max no es sencilla, especialmente gracias a la obsesiva labor de la Secretaria Delacourt (Jodie Foster), cuyo afán de mantener alejados a los inmigrantes terrestres la obliga a emplear medios poco convencionales como recurrir a Kruger (Sharlto Copley), un mercenario maniático que eventualmente logra dar un golpe de Estado en las inmediaciones de la plataforma espacial.
Delacourt es una mujer ambiciosa y fuerte que desea acaparar el poder, por lo que llega a un trato con Carlyle para reiniciar la configuración entera de la plataforma (información que tiene almacenada en su cerebro) y así tener el mando absoluto de ella.
En otra grandiosa actuación de Foster, la que pintaba para ser una villana excepcional, culminó en senda decepción al no tenerla mucho tiempo en pantalla, aunque casi compensatoria fue la interpretación de Copley, a quien se le ubica fácilmente por su papel de Wickus en District 9, la cual marca un contraste total entre éste y Kruger, pues el último es psicótico y vicioso en demasía.
El ocaso de los dioses
La rebelión de las masas en el filme está lejos de representar el punto de vista de Ortega y Gasset, pues las minorías “selectas” como él las llamó en su momento, están lejos de ser quienes se exigen más. El orden del complejo espacial comienza a tambalearse cuando Max obtiene la información de la configuración de Elysium al robarla del cuerpo agonizante de Carlyle, lo que le vuelve presa fácil de Kruger, quien le hiere fatalmente.
Las cosas se complican al pedir ayuda a Fray (Alice Braga), el amor de su infancia y descubrir que su hija está en etapa terminal de leucemia, por lo que ella pide a Max que la lleve a Elysium para utilizar los Med Pods y salvar la vida de la pequeña Matilda.
Max sabe sobre el contenido robado a Carlyle, tiene conocimiento de sus consecuencias y también sabe que Matilda no se salvará de quedarse en la Tierra. Aun así su decisión es salvar su pellejo una vez llevado a Elysium y sólo cambió de decisión a la caída de Delacourt y superar la fiera pelea contra el maniático Kruger.
Si bien las fuerzas del orden no pudieron salvaguardar la paz en Elysium -no estaban preparadas para una contingencia de ese tipo-, el final resultó de lo más cursi, el ocaso de los dioses fue una decisión de último momento, pero obvia en verdad. Y he allí el problema principal de la película.
El meollo de la trama nunca fue la supervivencia de Max, sino un drama socioeconómico cuyo epicentro es el sistema de salud, tema resumido hoy en una palabra: “Obamacare”. El futuro de la superpotencia más poderosa se debate actualmente entre la salud y la recesión, esto de acuerdo a la a la Ley de Cuidado de Salud a Bajo Precio impulsada por el presidente Barack Obama, en la cual se plantea aparentemente una democratización de este sector al promulgar que 48 millones habitantes norteamericanos estén obligados a contratar seguros de gastos médicos -los cuales varían en planes y precios- so pena de ser multados por parte de Hacienda.
La gran problemática apreciada en Elysium va de dicha premisa apologética al plan del presidente y es incluso más compleja: la tecnología y el acceso a la seguridad social pertenece a unos pocos: quienes pueden pagarlo. La desafortunada verdad es que para financiar la demagógica prestación de salud, el gobierno norteamericano tendría que invertir tanto dinero que, sumado al de sus deudas externas y a la crisis en créditos hipotecarios, difícilmente recuperaría la inversión y se encontraría en serios problemas económicos, por lo cual el partido de “dioses” republicanos, al tener mayoría en el Senado y no ceder a la propuesta de Obama, ha entrado en un paro institucional de labores que de no solucionarse suspenderá los pagos del sector público y ocasionará una crisis mundial.
Elysium representa dicha situación llevada al extremo donde la brecha entre pobres y ricos no sólo es abismal, sino irreconciliable. Con el sector salud colapsado y el acceso a él en dominio de unas cuantas familias, la acción desinteresada de Max hacia el final de la cinta termina en felicidad cuando todos los terrestres son tratados equitativamente por los autómatas y la salud es democratizada. ¿Y las consecuencias de ello? ¿Las acciones de Max habrán sido más condenatorias que mesiánicas? Si todos tuviéramos acceso equitativo al sector salud, si no pudiéramos morir gracias a las funciones de los Med Pods ¿cuánto durarían los recursos naturales y cuánto aguantaría el sector salud antes de colapsar?
Lamentablemente la cinta de Blomkamp no alcanza a profundizar en dichas cuestiones, cosa que hasta ahora sólo Torchwood: Miracle Day ha logrado de forma impecable. Mientras el final color rosa de Elysium nos dejó esperando más, tanto en trama como en explicaciones, cuestiones igualmente importantes son puestas en relieve como una conclusión sujeta a un debate inagotable: ¿El hombre merece regresar al paraíso? ¿Qué “clase” de hombre merecería regresar a él? El paraíso fue negado al hombre porque su propio egoísmo habría llevado a la ruina la más bella creación de Dios. Prometeo pagó caro haber entregado el fuego al hombre, ¿cuál será el precio a pagar por la inmortalidad? Sólo las décadas venideras lo dirán.
FICHA TÉCNICA
Elysium
Dirección y guion: Neill Blomkamp.
País: Estados Unidos.
Año: 2013
Duración: 109 min.
Género: Ciencia-ficción, acción.
Reparto: Matt Damon, Jodie Foster, Sharlto Copley, Alice Braga.
Fotografía: Trent Opaloch