Desde hace tiempo Corea del Sur se ha destacado como la nación que ha continuado la tradición de las producciones para cine y televisión sobre los muertos vivientes (un fenómeno similar al que ocurrió en Italia a final de los 70s). Desde ‘Tren a Busan‘ -igualmente considerada por muchos como la cinta sobre zombies mas relevante de esta última década-, pasando por otras joyas para televisión como ‘Kingdom‘, o incluso la celebrada ‘#Vivo‘ que también se estrenó en Netflix, las expectativas por ‘Estamos Muertos‘ eran altas.
Basada en un webtoon escrito hace una década de nombre ‘Ahora en nuestra escuela‘ y con una primicia sencilla pero interesante, ‘Estamos Muertos’ se enfoca en un grupo de estudiantes de preparatoria atrapados dentro de su escuela durante un apocalipsis zombie, quienes imposibilitados de contactar a cualquier persona en el exterior, se ven obligados a idear cómo sobrevivir hasta que la ayuda llegue.
Pronto se hace evidente que son excesivas las más de 12 horas que dura esta serie, pudiendo sin problemas reducirse a una más enfocada y disfrutable mitad de capítulos. Pues aunque es difícil acusar a cualquier producción sobre zombies de trillada, pues está en su naturaleza, lo que más importa es entonces lo que esta puede aportar como “novedad” al discurso, sea una locación nunca antes abordada como un tren, o una situación muy particular como durante los conflictos políticos del imperio coreano feudal.
Y este es un pie del que ‘Estamos Muertos’ cojea, pues dentro de sus primeros 6 letárgicos episodios, fuera de -innecesarios- planteamientos como la creación de un sanitario de emergencia, no propone un suceso, acción o momento que no se haya visto anteriormente; al contrario, recurrentemente tiene a nuestros protagonistas pasando de un lado a otro de la escuela, sin un plan concreto de escape, cometiendo errores absurdos, enfrentándose una y otra vez a empujones tanto a los zombies, como contra un bully que -cuan Jason Vorhees- camina lento y es inmortal.
Sumado a una falta de dirección argumental, discursos como “mi hijo sufría bullying, y por ello considero que todos deben de morir“, resultan un poco chocantes; mientras que subtramas como la de la chica que secretamente estaba embarazada, la madre dueña del restaurante de pollo frito, o el youtuber que se infiltra a la ciudad, sólo extienden terriblemente la duración de los episodios para no llegar a ningún lugar, pues -como también suele ser común- los personajes aún a sabiendas de lo peligrosos que son los zombies, se exponen de manera estúpida a ser atacados al tampoco querer ensuciarse las manos y “re-matar” -aún teniendo las herramientas- a sus excompañeros escolares.
Todo esto, junto con actuaciones planas, una verdadera carencia de momentos de tensión, reiterados flashbacks “pseudo filosóficos” al creador del virus, demasiados personajes en los que se enfocan para que estos terminen siendo un pie de página –como la Congresista, el padre rescatista o la chica mamona del salón– así como una carente propuesta visual de diseño de arte, o escenas gore atractivas para el aficionado, hacen insostenible el interés que uno pudiera tener en la serie, la cual lastimosamente tuve que terminar de ver para contemplar un final más simplón que predecible.
Lamento las 12 horas que tuve que dedicar a esta serie teniendo tantas otras pendientes que se antojan más disfrutables en esta y otras plataformas; pero de la experiencia rescato que aún los conceptos medianamente atractivos, deberían durar unos fortalecidos 150 minutos en una película, y no los agobiantes 720 que hacia el final acabé dejando como un ruido de fondo mientras hacía otra cosa.