(Des)Encanto volvió pero ¿por qué nadie está hablando de ello? Recientemente en nuestras pantallas se estrenó sin un verdadero bombo o platillo un nuevo paquete de 10 episodios de la saga con la que muchos esperaban Matt Groening recapturara la gracia de la primera década de Los Simpsons, o cuando menos la genialidad argumental de Futurama; cosa que, a tres años de su estreno, seguimos esperando. Pero vamos por partes.
¿Vale la pena ver la tercera temporada de (Des)Encanto?
Bean, la princesa de Dreamland, tras haber rescatado a Elfo del Más Allá, enfrentado a su madre hechicera, viajado a la futurista Steamland y retornado a su reino para ser sentenciada a la hoguera; nuevamente se ve rescatada por su malévola progenitora para que una vez de vuelta en su castillo, descubra que su padre ha perdido la razón, y el vacío de poder le obligue a coronarse como reina.
El gran problema con la serie, sobre todo en esta temporada a comparación de la anterior, es que sigue sin ir hacia un destino concreto. De 10 episodios fácilmente podríamos sustraer cuando menos 3 o 4, en los que los personajes deambulan por alguna situación intrascendente y hasta un tanto ya vista, en el que uno de ellos es capturado por algún villano menor o una situación incomoda, y los otros le ayudan a que escape.
Otra diferencia con la temporada anterior, es que la serie se arriesga mucho menos. Antes fue interesante conocer lugares nuevos como el Cielo, el Infierno, así como la tierra futurista steam-punk de Steamland. En esta ocasión escenarios como el un tanto insípido reino de los trogs, o el palacio de Bentwood no resultan ser locaciones atractivas visualmente, ni realmente útiles para la trama.
(Des)Encanto sigue cometiendo el mismo error desde su primera temporada: maneja e introduce demasiados conceptos, pero no trabaja en volverlos interesantes. Pareciera que vive en la eterna promesa de darnos revelaciones sobre los personajes, pero estas no llegan.
Nuevamente las subtramas, los grandes complots realizados por villanos que sólo aparecen esporádicamente, nunca son desarrolladas y estos personajes terminan por ser olvidados o retirados de cuadro sin siquiera conocer sus verdaderas intenciones. Así pasó con los tíos de Bean en la segunda temporada, y así pasa en ésta con la Archi Druida. De igual manera la obsesión de otros como Alva no es elaborada en lo absoluto.
Otros personajes prometen crecer por un par de episodios, como cuando Derek se convierte en Rey de Dreamland o cuando se compromete con una hada vulgar; pero pronto regresan a su mismo status quo. Elfo no llega a ningún lugar con sus tres enamoramientos de esta temporada, el gran crush de Bean con Mona la sirena podría haber sido trabajado de manera más trascendente, y qué decir de Luci, quien se supone es parte de la triada principal, pero apenas aparece en la mitad de los capítulos.
Al final, la serie promete una cuarta temporada, pero pareciera en realidad que ni siquiera han respondido los pendientes de la primera, además de que ciertamente ha dejado de ser tan entretenida —o cuando menos interesante— como nos vendieron en un principio; al punto de volverse ya sólo una serie más del catálogo de Netflix y algo que el público no espera con ansias como un ‘Bojack Horseman‘ o ‘Stranger Things‘, sino tal vez —a lo mucho— como otra de las muchas variantes de ‘Nailed It!‘.
Un punto consistente por suerte en la serie es el excelente trabajo de doblaje latino que ha mantenido las voces de todos los personajes, dotándolos de una actitud que permite en ratos poder distraer la mirada de la pantalla y escuchar sin mayor problema cómo se desarrollan los sucesos de los episodios más monótonos.
La idea detrás de (Des)Encanto no es mala, pero ya tras tantos años de continuar experimentando con ella, uno esperaría que sus creadores mostraran un poco más de hacia donde se encamina la historia, o bien, se comprometieran a mostrar un crecimiento de sus personajes, alejándolos por fin de los lugares y situaciones que se han vuelto comunes en apenas una treintena de episodios.